Re-descubriendo la USG Ishimura con nueva chapa y pintura.

Se suele decir que los survival horror son experiencias que se basan en el interjuego entre estados de tensión y calma. En un primer momento estás gastando tus últimas municiones en las bestias delante tuyo, rezando que no aparezca alguna más. En el siguiente, tomando un respiro en un safe room (una “sala segura”), donde generalmente podés guardar tu partida y revisar tu inventario sin mayores inconvenientes.

Por supuesto, esto es solo un matiz de varios posibles. Cómo nos manejamos con el ambiente, qué nos presenta este y qué herramientas tenemos para sus obstáculos es muy relevante. Con escasez de recursos, cualquier enfrentamiento me hace sostener el joystick con más firmeza (si puedo) o nervios (cuando ya no aguante). Por el contrario, un escenario frente a un grupo de enemigos básicos cuando estoy armado hasta los dientes es catártico. La tensión se transforma en adrenalina, la indefensión en goce.

Dead Space Remake (y también el título original) es muy interesante en estos aspectos. A la hora de estar jugando, con apenas el arma principal y una segunda encontrada por ahí, estaba sobrado en balas. Digamos que más de ochenta en una, cuarenta en la otra. No obstante, en pequeñísimos momentos de este primer recorrido me sentí en un estado de calma. Cuando me di cuenta, los queridos necromorfos seguían apareciendo de los recovecos más mentirosos, y las balas empezaban a contarse en un dígito. 

No recuerdo muchos survival horror donde me dieran un excelente repertorio de armamento (siete armas con diferentes grados de destructibilidad) y habilidades (telequinesis y poder hacer que alguien o algo esté lento por unos segundos) y aun así me sintiera un ser indefenso casi todo el tiempo. La pasé mal a cada rato. Quería correr hacia adelante sin mirar atrás pero era imposible en múltiples zonas “pasillescas”. Lanzallamas, sierras con gravedad, láseres y minas explosivas. Todo al pedo. Bastaba el enemigo más insignificante, esas “pelotas” a las que les salen tres tentáculos y arrojan proyectiles, para arruinarme el momento.

La dialéctica del estado de tensión y calma que mencionaba al principio casi que no existe en Dead Space. Jugarlo se siente más bien un abanico de nervios que nos agitan con distintos grados de fuerza en todo momento. 

Claro, no es que no existan pasillos donde no haya criaturas esperando o estemos las doce horas de esta pesadilla disparando sin interrupción. El problema es que aquella línea divisoria de lugares seguros y peligrosos, generalmente muy clara en los clásicos del género, está extremadamente difuminada acá. Quizás no existe, o la estoy pensando de manera equivocada. No, los centenares de lugares donde podés guardar la partida no son garantía de nada. Cuando empezás a ver cómo pueden aparecer necromorfos en estas zonas, cómo los conductos desde donde pueden aparecer están siempre funcionando y son una suerte de azar, toda esperanza de calma se esfuma y los niveles de ansiedad se mantienen en constante acción.

Como si fuera poco, algunos de los agregados de esta remake nos hacen tomar un nuevo repertorio de decisiones. Por ejemplo, en secciones específicas, puedo decidir si atravesar habitaciones a oscuras o perdiendo oxígeno. Macanuda propuesta. Y la oscuridad no es mera artificialidad en esta obra con actualizados valores de producción, sino un hecho. La labor en iluminación, sonido y texturas generales es para aplaudir, aunque nos haga pasar momentos muy sufridos.

Esta interactividad novedosa con el ambiente no queda acá ya que también contaremos con algunas mínimas, pero interesantes misiones secundarias que ayudarán a entender más del relato y la estación donde estamos, aparte de otras recompensas tangibles. Además, existe un nuevo sistema de seguridad que nos permite acceder a nuevas habitaciones a medida que vamos recolectando rigs de personas fallecidas. Normalmente sí, conducen a items útiles y demás, pero eso no significa que el camino sea tranquilo.

Estos agregados, en apariencia quizás menores, elevan a la obra y su interjuego con nuestros estados. La razón es sencilla: hay más terror si lo estoy buscando. Voluntariamente. Al horror lo elijo yo, y eso en un título que pone a prueba constantemente me parece fascinante. 

No sé si el Dead Space original fue un título revolucionario en su momento como se ha dicho. Me resulta difícil, aun siendo amante del género, ubicar muchos exponentes que demuestren lo que su equipo desarrollador vino a demostrar. No obstante, no tengo dudas de que muchos de los méritos que se le adjudican son coherentes y certeros. Incluso, hay mucho más que todavía no he mencionado que sigue complejizando a la experiencia en general.

Dead Space transcurre casi en su totalidad en la USG Ishimura, una nave que básicamente excava planetas. La historia, que por supuesto no spoilearé, se apoya en el clásico argumento de “grupo de humanos que toman algo alienígena que saben que deberían evitar” y se desarrolla construyendo en varios clichés del género sci-fi de terror. Pero por favor, qué bien lo hace.

Tenemos la arquitectura y la construcción de la propia Ishimura, un espacio prácticamente vivo aunque esté plagado de muerte. Siempre se sintió un lugar habitado, donde diferentes personas de diversas ciencias convivían para lograr sus objetivos o simplemente investigar. Se sentía en cada distribución de objetos en cada habitación, en cada póster mostrando una película o un desarrollo tecnológico nuevo, en los cadáveres que alguna vez estuvieron llenos de vida. El nuevo armado de la nave en la remake la eleva porque ya no es más una sumatoria de secciones interrumpidas, sino un auténtico ecosistema que podés explorar libremente a medida que las vas desbloqueando. Salvo excepciones, podés volver al punto del principio desde cualquier capítulo sin problema, aprovechando incluso el sistema de seguridad que antes mencioné.

Las decenas y decenas de logs de audio y texto que podemos encontrar (muchos agregados en esta versión) construyen la historia de este lugar de manera excepcional, con relatos que manifiestan deseos y anhelos honestos, pero con desgracias sucediendo sin poder evitarlas. Una historia que muchas veces resulta más aterradora que la nueva criatura de turno, con la ironía de grupos de científicos recurriendo a creencias y elementos sobrenaturales para buscar las respuestas que buscan. Hay una representación de un culto, de fuertes valores religiosos y otros renegados con visiones retorcidas que atentan con cualquier valor ético que podamos tener.

Aparte de estos relatos que florecen y marchitan en un escenario más “macro”, es la propia historia inmediata e íntima del protagonista la que más intranquilidad me generó. Alguien buscando a un ser amado, en un camino que pareciera hablar sobre no poder confrontar lo que ya se sabe más que otra cosa. Un escenario ficticio que pega demasiado cerca de casa. El silencio del protagonista de antaño, que servía para hacernos dudar de lo real y lo alucinado, de ayudarnos a ser nosotros los protagonistas, no se arruinó con el nuevo énfasis en su voz y caracterización. Al contrario, los momentos que pegaban ahora pegan más duro. Se tendió un puente para empatizar más y mejor.

Qué increíble que un juego divertídisimo y angustiante a la vez sobre matar bichos en una nave en el espacio me haga pensar estas cosas. Quizás sea porque Dead Space es increíble. 

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